GRATITUD
«Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo». Así comienza la novela de Juan Rulfo, obra representativa de la figura del padre ausente. En «La carta al padre», Franz Kafka reprocha a su progenitor la dureza de una educación rígida y estricta. Delibes, en el relato titulado «La mortaja», cuenta la manera en que un hijo se enfrenta a la muerte de su padre y acaba amortajándolo. Héctor Abad Faciolince en la inolvidable obra «El olvido que seremos», escribe: “Amaba a mi padre por sobre todas las cosas… Amaba a mi papá con un amor animal. Me gustaba su olor, y también el recuerdo de su olor… Me gustaba su voz, me gustaban sus manos, la pulcritud de su ropa y la meticulosa limpieza de su cuerpo”. Philip Roth en «Patrimonio (una historia verdadera)», nos habla del fin de la vida de su propio padre. Yo no he escrito ningún libro sobre mi padre que, afortunadamente, a sus 86 años, abuelo y bisabuelo, vive sereno y lúcido. Él me enseñó de muy niña una expresión que nunca he olvidado: Vouloir c’est pouvoir. Ante las dificultades de la vida, resuena en el interior y convoca a mi voluntad a la acción. Si quiero, puedo, me digo una y otra vez. Esa especie de mantra resume impecablemente la esencia de sus enseñanzas. La frase y por supuesto los cientos de libros que nos ha proporcionado considerando que la educación, el aprendizaje, el interés por el conocimiento eran sendas que debíamos recorrer a lo largo y ancho de nuestras vidas. En este instante agradezco de todo corazón su generosidad, los libros, las innumerables posibilidades ofrecidas como frutos de un árbol sagrado.