Monográfico «Ángel Urrutia (1933-1994): evocaciones académicas y literarias»
Coordinado por la doctora Consuelo Allué, la publicación cuenta con 830 páginas.
Contribuyo en el monográfico con dos colaboraciones:
El libro, el hombre
(A Inatxi, esposa del poeta Ángel Urrutia)
…Y el ángel con su bandada de sábanas blancas
desplegadas como fértiles versos
sobre las arenas del alma. Llega a bendecir tu cocina
con un tintineo de pucheros de plata
donde hierven palabras saladas; verduras al compás
del dos por cuatro; aromáticos aceites del Cantar
de los Cantares; y un pan de amor tierno, crujiente.
Luego despierta los sentidos con su caudal desbordado,
baja de su cielo hasta tu pecho y sube hasta tus labios.
El libro es el hombre y en tu sexo, el ángel. A todas
las mujeres de nieve nos conmueve. En todas,
estremece las espaldas. A veces, nos asusta tanto amor
y cerramos las ventanas y quemamos el carbón
-verso caliente- ya desnudas, para florecer
en el silencio de la muerte.
¿Mariposas de carne iluminada? Ni nosotras lo sabemos.
Con él, con ellos volamos a pesar de las heridas
en las alas, por los frágiles cielos y sentimos.
Volcanes. Relámpagos. También hambre y frío.
Hombre de libro y ternura fermentada. Tu amor de golondrinas
y luceros. De luz arborescente y pianíssimo de Mozart.
Ese llanto celeste que derramas nos embriaga y unas miguillas
celosas por mujer tan amada. Todas somos ella: de nieve
y fuego. Bautizadas de misterios con un agua de palabras.
(Publicado en el libro Homenaje a Ángel Urrutia. Universidad Pública de Navarra, Pamplona, 2005).
Una carta de pájaros cercanos
Un hombre le escribe a una mujer “(…) te limpio las sombras que bajan a tu alma”. Debe tratarse de un hombre azul y alado recién llegado de Orión. Juntos van “al amor donde viven” con la certeza de que “la casa más segura es el abrazo”. Un hombre le regala un ramo de flores a una mujer: violetas, claveles, azahar, azucenas, camelias, margaritas, dalias, azaleas, geranios, gladiolos, calas, adelfas, petunias, lirios, madreselvas, jacintos, amapolas, rosas, nardos y magnolias. Este hombre coloca el ramo en un vaso de silencio y tal vez, ahora, logra dormir tranquilo. La mujer despierta a las fragancias y los colores con todos los sentidos en capullo. Esa mujer ha cultivado en su corazón el Jardín del Edén para que un azul de cielo limpio y pájaros cercanos acoja al guardián de flores y semillas. Esa mujer eterna y cotidiana nació en el Cantar de los Cantares. Plena de luz comparte la sed del poeta de ala herida y se deja querer sumergida en sus brazos. Permite, gozosa, que la palabra vibre entre sus muslos, que su alma se haga carne y habite entre sus besos.
Conocí la poesía de Ángel Urrutia Iturbe a través de su libro “A 25 de Amor. 1962-1987”. Los cinco años anteriores a su publicación había vivido en Venezuela y viajado por Colombia, Ecuador y Perú. En Venezuela rompí el cascarón como poeta con la publicación de una plaquette titulada “Algunos poemas de amor y mar”. Ilustrada por la artista Mariana Díaz, se editó en la Universidad Central de Venezuela, en Caracas. En 1986, al regreso, recibí una Ayuda a la Creación literaria del Gobierno de Navarra que me permitió publicar el primer libro, “La risa de Gea”, con textos escritos en ultramar. Cuento esto para señalar que, de alguna manera, tímida y reservada, en 1987 ya formaba parte de la corriente poética navarra. Sin embargo, los cinco años al otro lado del Atlántico, me situaron en una posición de aislamiento/desconocimiento de la corriente citada.
Llegaba de los Andes y el Caribe cautivada por la poesía del venezolano José Antonio Ramos Sucre, del mexicano José Emilio Pacheco y fiel, como lo había sido antes de partir, a Hölderlin, Rilke o Cernuda. Bien. Me llega “A 25 de Amor”. ¡Qué título más extraño! Claro, se trata de un libro conmemorativo. El poeta, en la celebración de sus bodas de plata, se desborda en un torrente de palabras, imágenes y metáforas. Arrastra. Los versos de Urrutia, como sostiene más de uno de sus críticos y lectores, no remiten al eco de otros poetas conocidos: son “urrutianos”. Si Urrutia apunta en la página cinco “Estamos en la plata”, yo acepto la hipotética invitación y entro con la pareja Inatxi-Ángel en el oro del amor. El ramo de flores mencionado en la tercera línea de este texto pertenece al libro Mujer, azul de cada día (1972) y es un poema sorprendente en el que confiesa que ambos son felices “en esta democracia de geranios”. En aquella democracia, que tardaría en llegar, se bendice el pan de cada día y el poeta se declara “desnudo, enamorado”; es el LIBRO y es el HOMBRE. Años después, El libro, el hombre, se convertiría en poema destinado a homenajear al poeta de Lekumberri y a su esposa. El hombre es también la criatura en desamparo que en Me clavé una agonía (1979) pide a Inatxi perdón por sus abismos y luz para sus alas. En Milquererte (1982), uno de sus libros más celebrados, ya no hay contención alguna. El autor se calienta en el clítoris de sol de su amada y afirma que hacer el amor es hacer la poesía. La última parte de “A 25 de Amor”, Tan siempre como tú, recoge 26 poemas inéditos en los que ese hombre que escribe le pide a la mujer inspiradora un aprobado en el examen del amor, de amor sobresaliente.
No sé, quizás sea una ingenuidad, pero pensé, pienso que, cualquier mujer, todas las mujeres, también las cándidas poetas, algunas, quizás, bastantes, es posible, somos las destinatarias de esos poemas. El ángel azulado llegado de Orión, como un alquimista, supo transformar en oro el plomo de la rutina (precaria, gris, prosaica) y dedicó a su amada una cascada incontenible de versos. ¡Que nos mojen y nos refresquen; que nos remuevan y nos salpiquen y purifiquen! Con tu permiso, Inatxi, los hago nuestros.
Tafalla, 2023