Un poema sobre «La sombra del ciprés es alargada» de Delibes

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Habían transcurrido 60 años de la publicación de la novela «La sombra del ciprés es alargada». Desde Ávila, la revista «El cobaya» le rindió a Miguel Delibes un hermoso homenaje con un monográfico sobre la obra. Poesía, análisis, ilustración y fotografía, formaron el fresco de ese número 17, en el que fui invitada a participar. ¡Una joya! Y un placer volver a ella este año de celebraciones.

Número 17-El cobaya

Número 17-El cobaya

 

imprimatur

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La Biblioteca Nacional inaugura exposición sobre el escritor.

Este poema es mi homenaje a Delibes:

Carbunclos y pájaros nocturnos

De la hoguera del tiempo

rescato casi en brasas

un viejo libro de Destino.

La humedad ha prevenido el exterminio

y en las sombras, diecisiete años

crepitan entre las palabras de nieve.

Perdimos Alfredos y Janes

libros y sueños y en la combustión

un carbunclo de roja luz

alumbra los espacios herméticos.

Yo no nací en Ávila

la vieja ciudad amurallada

pero el recogimiento, el silencio

(como si allí me hubiera abierto al mundo)

penetraron con sutileza en el alma.

Y supe que debía haber silencio

en el lugar del lenguaje

y lenguaje en el silencio.

Y que la luz era excesiva

para una infancia tan pequeña.

Brotó entonces

el brillo de los huesos

en la fría piel de las tumbas,

-jardín de invierno y luna-

donde se erguían los cipreses

con sus monedas de lluvia.

Los huesos de la niebla.

La oscuridad del agua.

La pureza escurridiza de los lagartos.

Escribir espingarda

y escuchar un fogonazo en el frágil corazón.

Escribir lenidad y sentir la blandura viscosa

de un limaco entre los dedos. Y escribir

en el cuaderno azul no existe viento favorable

para el marinero que no sabe a dónde ir.

Cincelar naufragios y fisuras en la piedra.

Abrirse granada de fuego

y encaramarse en el carro de la muerte.

Tarea triste y hermosa, luctuosa

calabaza de la noche que se abisma

en el lugar donde sucede todo

y no sucede nada misterioso

sino la lúgubre manía de pensar

la vida como una perla gris. La vida

cotidiana de lentejas y peces prisioneros.

De afanes que vuelan

como inquietas mariposas negras.

Así que fuimos a Cuatro Postes

una noche de invierno

cuando todo estaba nevado

y la luna brillaba en el cielo.

Abrazados al silencio

de los pinos redondos

y al silencio de los cipreses afilados,

nos convertimos en pájaros nocturnos.

La madeja del tiempo

enreda sus hilos entre las ramas de los olmos.

Desde la acitara del puente

las aguas emiten su calambre de espejos.

Envueltos en el eclipse de los pensamientos

la sombra de la luna es alargada

y divide en dos el pozo del futuro:

a la derecha la quietud mineral de la luz fría;

a la izquierda, trementina palpitante

adherida a las yemas de los dedos.

En el día, transparente, fúlgido,

el perfil de la muralla se recorta

sobre el azul del firmamento.

Convertida en agua salada, piedra y memoria

palabra invisible y cofre de cenizas,

salí de la muerte y entré en el mundo

con los ojos abiertos de los perros heridos.

Marina Aoiz Monreal

Tafalla, Navarra, diciembre de 2007